Artículo extraído del sitio web de la Liga Internacional Socialista.
Como comunistas, no nos unimos al luto universal y unánime por la muerte del Papa Bergoglio. En particular, no estamos de acuerdo con la conmemoración extática de su figura por parte de la llamada izquierda radical.
Por supuesto, respetamos profundamente la libertad religiosa y los sentimientos de la fe religiosa personal. Pero no a costa de la verdad. La religión -cualquier religión- es el opio del pueblo, como escribió Marx. La Iglesia católica es la principal dispensadora mundial de este opio, celebrado mediante el culto religioso, y el Papa -todos los Papas- está a la cabeza de este culto religioso. La predicación de una vida después de la muerte y la resurrección de «carne y hueso» promueve la resignación a una vida en la tierra marcada por la explotación y la opresión para miles de millones de seres humanos. El llamamiento a la compasión hacia los humildes no sólo no cambia el orden real de las cosas, sino que presupone su preservación, contra toda perspectiva de revolución. ¿Cuidado de los pobres? Incluso durante la Contrarreforma, mientras se libraba una caza de brujas, la Iglesia católica multiplicó las órdenes religiosas de caridad y beneficencia para proteger a los pobres, con el fin de amortiguar la amenaza del protestantismo.
Más en general, la idea misma de un Dios Padre creador del hombre, al negar la figura del hombre como creador de Dios, educa al hombre en la sumisión. No es casual que la Orden de los Jesuitas, fundada por Ignacio de Loyola, viera en la autoridad terrenal el reflejo de Dios, y, en la obediencia a la autoridad, el deber de obediencia a Dios. La misma retórica de igualdad y fraternidad entre las «criaturas de Dios» demuestra, indefectiblemente, su propia hipocresía cuando se trata de mujeres, gays, lesbianas, transexuales, que son más de la mitad de la humanidad. Además, el orden interno de la Iglesia católica se basa en la desigualdad entre hombres y mujeres, con estas últimas duramente excluidas del sacerdocio. El Papa Bergoglio siempre se posicionó, incluso en los últimos tiempos, contra el aborto, al que comparó, él mismo, con el asesinato; contra los médicos abortistas, a los que tildó de «sicarios» al tiempo que comparó el armamento con los anticonceptivos por ser ambos supresores de la vida.
En cuanto a limpiar la Iglesia católica de abusos a menores, y la enorme cantidad de crímenes contra niños y monjas en todas las latitudes del mundo, Bergoglio no ha ido más allá de la denuncia. En 2022 el diario Domani documentó que el Vaticano se limitó a trasladar a los sacerdotes abusadores a otras diócesis, y siguió presionando a las víctimas para que no hicieran públicos los abusos. Bergoglio confirmó la jurisdicción eclesiástica como único tribunal posible para los casos de pederastia, rescatándolos así de la justicia ordinaria. Esto no supone más que una garantía de protección de estos criminales, en contra del principio de “igualdad ante la ley”. El concordato entre el Estado y la Santa Sede también protege judicial y legalmente a la Iglesia católica.
Es cierto que el Papa Bergoglio se ha pronunciado en varias ocasiones en defensa de los migrantes, de la protección de la naturaleza y contra la guerra. Intentó rehabilitar a distintos niveles la imagen de la Iglesia católica de su profunda crisis tratando de conectar con el talante progresista de importantes sectores de la opinión pública y de las generaciones más jóvenes. Sobre todo, quiso hacer frente a la profunda crisis de los católicos en Occidente (especialmente en Europa y Estados Unidos), y a la creciente competencia del Islam a escala mundial, buscando zonas más amplias de influencia católica en los continentes oprimidos, empezando por África. Pero no lo consiguió.
Sin embargo, las palabras siguen siendo palabras, tanto en boca del Papa como en boca de los gobernantes burgueses «democráticos» y «humanitarios». Las palabras, divorciadas de la acción, no sirven para cambiar la realidad, sino para enmascararla.
Además, las propias palabras de Bergoglio se han cuidado de evitar peligrosos malentendidos. Hablar de «guerra» y «paz» como categorías universales y abstractas es borrar la frontera entre las guerras imperialistas de los opresores y las guerras de liberación de los oprimidos. Hacer esto equivale, en definitiva, a proteger a los opresores. Denunciar la masacre de Gaza como innoble, pero condenar o ignorar la resistencia palestina, ¿cambia algo para el pueblo oprimido? Alguien dirá que no es función de un Papa apoyar públicamente la resistencia. Muy cierto. Pero entonces, ¿cuál es exactamente el papel del Papa? Esta es la cuestión.
El papel del Papa -de cada Papa- es inseparable de la naturaleza de la Iglesia. La Iglesia es una institución reaccionaria. Una monarquía teocrática absolutista. El Papa -cada Papa- como Jefe de la Iglesia es, por institución, un gobernante absoluto que concentra todo el poder en sus manos. La llamada división de poderes (ejecutivo, legislativo, judicial), característica de las democracias burguesas liberales, es ajena a la Iglesia. El Papa gobierna los bienes patrimoniales de la Iglesia, porque todas las distintas administraciones de la propiedad eclesiástica, inmobiliaria, financiera, accionaria, están bajo su control personal. Los bienes de la Iglesia son inmensos. Sólo en Italia, la Iglesia tiene la primacía de los bienes inmuebles, sin contar los lugares de culto. Estas propiedades están en gran parte exentas de cualquier obligación fiscal. Por otra parte, los ingresos del Estado, tanto centrales como locales, prevén de diversas formas la transferencia de recursos públicos a los bolsillos eclesiásticos (pago de profesores de religión, gastos de renovación de edificios…).
La Iglesia católica es un capitalismo eclesiástico en toda regla. Los escándalos financieros vinculados a la Iglesia son un reflejo de su naturaleza. El reciente escándalo del Óbolo de San Pedro, por ejemplo, reveló que los fondos de caridad para los pobres se utilizan para transacciones financieras y comerciales de la Iglesia en barrios urbanos ricos. ¿Puede alguien asombrarse seriamente de esto?
El Papa Bergoglio no cambió nada, porque no podía cambiar nada en la naturaleza material de la Iglesia. Como buen gobernante, simplemente trató de manejarlo. Ciertamente ha intentado cambiar las formas de comunicación, alejándose del canon doctrinario del Papa Ratzinger en favor de un lenguaje más popular y directo. Ha intentado cambiar el equilibrio de poder con la Secretaría de Estado vaticana en su propio beneficio, utilizando su relación personal con los católicos como palanca ante la jerarquía de toga. En este sentido, paradójicamente, Bergoglio ha acentuado aún más la naturaleza absolutista del papado en relación con el orden vaticano. Su formación peronista y jesuita sin duda le ha ayudado a ello.
Queda la cuestión de fondo, que va más allá del propio Bergoglio. ¿Puede la figura de un soberano absoluto, cabeza de una monarquía teocrática y capitalista, ser presentada como «comunista» (por el líder del PRC, Partido de la Refundación Comunista, Maurizio Acerbo) y como «gran personalidad revolucionaria» (por la organización RdC, Red de Comunistas, y por el periódico de izquierdas Il Manifesto)?
La reverente subordinación al papado, el encantamiento de sus palabras, reflejan, en definitiva, la adaptación a la sociedad burguesa. Es decir, abandonar el objetivo de derrocar el orden social real de este mundo. El marxismo revolucionario también tiene razón en este caso.
Por Marco Fernando – PCL Italia