jueves, 17 julio, 2025

Operación frío: una noche en el bus donde duermen los sin techo en la ciudad

Las dificultades cambian de rostro según quién las viva. Para algunos, el desafío es llegar a fin de mes; para otros, simplemente sobrevivir día a día. Pero hay necesidades que no distinguen edad, género ni condición social: el hambre, el frío y el deseo profundo de ser tratados con dignidad ante los ojos de la gente.

Así comienza la historia de Ronald, un peruano de 33 años que nació y creció en el puerto del Callao, en Lima. Llegó a la Argentina hace 8 años con la ilusión de encontrar mejores oportunidades, pero no todo resultó como lo había planeado. Las dificultades de la vida y algunas decisiones desafortunadas lo llevaron a vivir en la calle y a convertirse en un homeless.

Durante el día, la luz le regala una tenue esperanza, apenas suficiente para sostenerse. Cuando cae la noche, el frío de la Ciudad de Buenos Aires -ese que se mete debajo de la ropa sin pedir permiso- lo vuelve aún más vulnerable. Él no pide ayuda, sabe que no es fácil conseguirla. Guarda silencio y espera mientras se mimetiza con la oscuridad, en el banco de una plaza o en alguna esquina en donde le toque dormir.

Fue una de esas noches que una voz amable lo sobresaltó y le ofreció un lugar en donde dormir. Era un joven voluntario de Vida Solidaria, una organización social que ayuda a personas en situación de calle.

Para combatir el frío, y por tercer año consecutivo, la organización puso en marcha el “Micro Solidario”, un refugio móvil que recorre la ciudad cada viernes durante los meses más crudos del invierno -junio, julio y agosto- y busca brindarle techo a quienes más lo necesitan.

El interior del bus de dos pisos en el que se los sin techo se guarecen del frío.

El colectivo tiene dos niveles: en el primero se almacenan víveres y se reparte comida caliente; en el segundo, hay diez camas individuales, cada una con una cortina que da privacidad y un aire cálido que parece haber desaparecido de las calles. No es un hotel, pero sí un lugar donde, por unas horas, la dignidad encuentra reposo sobre un colchón.

No todos aceptan subir. La desconfianza, muchas veces, pesa más que el frío. Algunos dudan, observan de lejos, se rehúsan. Tienen miedo de que les roben lo poco que tienen -una manta, una bolsa con ropa o un colchón de cartón- y prefieren quedarse afuera, donde al menos controlan lo que está a su alrededor.

Los “pasajeros”

Sobre la medianoche, Ronald se acomodaba en un banco en medio de la Plaza Lavalle, ubicada frente al Teatro Colón. Su campera no alcanzaba para cortar el frío. De pronto, un grupo de personas vestidas con chalecos morados se le acercó y le ofreció una noche de descanso, comida y abrigo a bordo del “Micro Solidario”.

Tímido y ensimismado se negó al principio. Pero más allá de su escepticismo inicial, al cabo de unos minutos la necesidad se impuso y accedió. Fue así como se convirtió en el primer “pasajero”.

A bordo del bus, se instaló en una de las primeras camas del pasillo, con una vista privilegiada hacia el iluminado Obelisco. “Hace dos años que vivo en la calle”, cuenta, con un plato caliente de comida recién servida sobre la cama. Se apoya contra la pared y ya con la guardia baja relata que alguna vez las calles porteñas le dieron una mano.

“Mi mamá está acá y me dio alojamiento durante cuatro años”, detalla, “Y, de pronto, me salió una ´chamba´ (trabajo) en un local de comida. Incluía hasta departamento”, agrega.

Todo parecía estar encaminado. Junto a su exmujer y madre de sus tres hijos manejaban el emprendimiento, hasta que un incendio redujo a cenizas el lugar, ubicado en la esquina de Salta y Brasil. Entre dientes señaló que fue a partir de ese momento que no volvió a encontrar trabajo.

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Operación frío: una noche en el bus donde duermen los sin techo.

Su voz no se quiebra, pero suena cansada. “Perdí el negocio, empezaron los problemas, mi vieja me dio la espalda y encontrar otra chamba… no, a mi nunca me ha gustado trabajar para otros”, reflexiona.

Hoy su situación lo empuja a vivir solo, en el ruidoso centro de la ciudad. Durante el día compra y arregla celulares para luego venderlos; por la noche busca algún espacio para resguardarse del frío. “Ahorita me estoy ´recurseando´ (buscando trabajo)”, dice con una mezcla de honra y resignación.

Pero las calles parecen no ser del todo hostiles. “Acá nunca te vas a quedar solo, vas a encontrar amigos en cada esquina”, cuenta Ronald.

Perderlo todo

En la calle conviven todas las edades y José es una prueba de ello. Un hombre de 62 años que trabajó siempre y, aún así, sus ingresos no fueron suficientes para sostener un techo propio. No siempre vivió así. Fue cuidador de adultos mayores y en su mejor momento ganaba 70 mil pesos “que en ese entonces era plata”, recuerda.

Por mucho tiempo, se hizo cargo de Graciela, una mujer de 77 años que sufría de espina bífida. La acompañaba a todos lados: al médico, a hacer trámites. Más que su empleado, “era su amigo», asegura. Vivía en una pieza aparte, dentro de la misma casa. «Yo la llevaba para todos lados, ¿me entendés?», recuerda con orgullo y nostalgia. envuelto en una profunda tristeza.

Los familiares de la mujer intentaron disminuir su sueldo y luego optaron por llevarla a un geriátrico. Ella, que ya no tenía independencia para movilizarse y sufría de una gran dolencia, fue expuesta a una vida sin cuidados. José insiste en que su preocupación no se centró en la pérdida de su trabajo, sino en la soledad de Graciela y su posible deterioro. “¿Sabés cuánto duró Graciela en el geriátrico? Tres meses”, se lamentó.

José recibió su sueldo completo y una buena liquidación por los años que pasó cuidándola, y se despidió de su última vivienda estable. Con ese dinero, se mudó a una pensión. Confiado, guardaba esos ahorros debajo del colchón, convencido de que allí iban a estar seguros. No imaginó que otro inquilino iba a descubrir su escondite y le iba a robar todo el dinero y desaparecer sin dejar rastro.

Hay entre 4 mil y 12 mil personas personas en situación de calle en la Ciudad de Buenos Aires.

Ese robo marcó un antes y un después en la vida de José. Sin más que sus pertenencias, la pensión dejó de ser una opción. Poco a poco, el hombre, que durante años cuidó de otros, se encontró sin lugar donde dormir y terminó en la calle.

Cifras que duelen

Una situación estremecedora, solitaria y hasta peligrosa que se ha convertido en la realidad de miles de argentinos e, incluso, de extranjeros que hoy deambulan por las calles de la ciudad.

De acuerdo al último informe publicado por el Instituto de Estadística y Censos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (IDECBA) en noviembre del 2024, se registraron un total de 4.049 personas en situación de calle, de las cuales el 30,5% habita en la vía pública.

Sin embargo, según el tercer Censo Popular de Personas en Situación de Calle, realizado este 2025, por las organizaciones Barrios de Pie y Proyecto 7, en CABA ya hay casi 12.000 personas en sin techo. Esta cifra incluye también a quienes se encuentran alojados temporalmente en los Centros de Integración Social (CIS) del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

Otro dato que expone este alarmante panorama fue proporcionado por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), que informó que en lo que va del año han muerto 63 personas en situación de calle, en distintas partes del país.

Es así que las historias de Ronald y José se convierten en parte de una postal que se repite en cada plaza, debajo de puentes, en veredas y estaciones de tren. Historias que, con otros rostros y otros nombres, atraviesan los mismos fríos, los mismos silencios y la misma espera.

Las personas en situación de calle que duermen en las plazas y otros espacios públicos porteños.

Mientras miles sobreviven en las calles, los refugios parecen ser insuficientes y los programas sociales no alcanzan. En ese vacío, iniciativas como el “Micro Solidario” logran, al menos por una noche, interrumpir el ciclo de desprotección.

Acabada la noche que les dio un descanso que hace mucho tiempo no concebían se despertaron con un desayuno de facturas y café. “Yo no sabía que era así, acá se duerme bien. El viernes que viene los vamos a estar esperando”, mencionó José casi con una sonrisa dibujada en la cara. Dadas las 6 de la mañana, los «pasajeros» tomaron sus cosas -entre ellas una nueva campera y una frazada producto de la solidaridad de quienes los cobijaron- y se despidieron.

Emprendieron un nuevo rumbo mientras esperaban los primeros rayos de sol y buscaban, una vez más, aquella esquina o plaza que les resultara familiar o lo más cercano a aquello que pueden llamar hogar.

Por Renato Morales, Camila Ruiz, Daiana García, Florencia Marquez. Maestría Clarín-San Andrés.

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