Esto con esto mezclado con esto y también con esto. ¿Imposible? No existen imposibles para Inés Berton (51). El blend es su especialidad. Cuando vivía en los Estados Unidos y tras haber pasado por París, donde pensaba estudiar la carrera de perfumista, descubrió que el mundo que rodeaba a la infusión milenaria nacida en Asia la apasionaba. “En Nueva York, debajo del [Museo] Guggenheim donde trabajaba, había una casa de té y, cada vez que iba, quería armar mis propias mezclas. ‘No se puede’, me respondían una y otra vez. Eso me jugó a favor: cuando tengo una idea, voy por ella”, dice con entusiasmo a ¡HOLA! Argentina Berton, la creadora de tés que, más de veinte años atrás, parecían improbables: té de vainilla, té de jazmín con duraznos blancos y lemmongrass; o un té verde del sur de Shanghái con ramas de canela, peras de otoño, cardamomo con jengibre y pimienta; o uno de mango, papaya, hibiscus y pétalos de girasol… y así, mezclas, al infinito. Infusiones calientes o frías que te transportan a un viaje feliz con banda de sonido propia: los aromas de la casa de una abuela, el perfume de las sábanas colgadas bajo el sol o aquel helado que tomaste en una plaza de tu infancia. Sabores, fragancias, libros, viajes, música y sueños se mezclan en Tealosophy, una empresa en la que Berton mezcló con otros Berton: su hermana Sofía y sus dos sobrinos Ignacio y Tomás [no pudo estar en la nota].
–Recibiste dos diplomas Konex como empresaria de la década y has sido speaker en charlas inspiradoras para emprendedores en París, en Japón y en el G20. ¿Qué pensás de trabajar con la familia? Muchos expertos no lo recomiendan.
–[Se ríe]. En general, confío en la intuición que, para mí, define más que los estudios de mercado. Me ha ido bien así: hoy te puedo decir que, con mi familia, tengo el equipo de mis sueños; es mi dream team. Pero, al principio, lo más difícil fue, justamente, convencer a mi familia… a mis padres, en realidad. Cuando llamé a mi papá desde Nueva York para decirle que había renunciado a mi trabajo en el Guggenheim para dedicarme a hacer tés, me lanzó: “¿Test vocacional?”. En mi familia, todos han seguido carreras tradicionales: mi abuelo y mi papá son abogados especializados en propiedad intelectual. “Una cosa es que estudies para ser perfumista y otra cosa hacer té –me dijo–. ¿Vas a dedicarte a mezclar yuyos?”. El té es la segunda bebida más consumida del mundo después del agua, pero en la Argentina, en ese momento, eran pocos los que tomaban té. El storytelling empezó en mi casa.
–¿Tu hermana Sofía fue la primera en sumarse?
–Emprender está buenísimo: es iniciar tu propia huella, pero implica un camino solitario. Al principio, lo que yo necesitaba era un socio con quien “pingponear” ideas. Así como un montón de amigos de mis hermanos me dieron una mano en su tiempo libre, Sofi empezó a ayudarme porque yo no sabía cómo hacer. Después del colegio y con el uniforme puesto, ella llenaba bolsitas de garrapiñadas, que fueron el primer packaging de Tealosophy. Sofi es mi hermana, pero también es mi amiga. Me entiende a la perfección; es muy creativa, tiene muy buen gusto y es quien setea todos mis eventos.
–¿Y tus sobrinos?
–El primero en sumarse fue Nacho (23), que es el hijo de mi hermano Alberto –Tote–. “Ine, ¿tenés algún laburo?”, me preguntó: él ya había terminado el colegio y buscaba su primer trabajo para “bancarse” sus salidas: al igual que mi hermano Tote, Nacho es DJ y toca todos los fines de semana. Después, se sumó Tomás –Totó–, que tiene la misma edad, es hijo de Juan, mi otro hermano, y estudia Agronomía. Les dije que sí, pero les advertí que yo no sería su jefa y que serían tratados como cualquier empleado; los invité a que compartieran mi sueño, que trajeran ideas y que tuvieran coraje de animarse… Acá, todo es pico y pala. [Se ríe].
–¿Qué aprendiste con ellos?
–En total, tengo nueve “sobrijos”, como los llamo. Para mí, son como hijos. Más de una vez, me han dicho que Tealosophy es mi hijo: no, no lo es. Es mi trabajo y me divierte. Estuve casada doce años con Rodrigo Tosso [el reconocido cocinero y dueño de Baby Gouda] y, después, estuve ocho años en pareja con Alejandro Mata [es diseñador de iluminación de espectáculos musicales; ahora Inés está sin pareja: “Ya va a aparecer”, dirá]. La verdad es que me hubiera encantado ser madre; estuve abierta a que sucediera, pero no se dio. No es un tema tabú para mí: sin ser madre, siento que tuve la suerte de ir maternando en la vida… con mi equipo de trabajo, con Sponsor [su perro, a quien también llama Pocho] y con mis sobrinos.
–¿Maternás de qué manera?
–Desde el cariño y la presencia: a Silvestre (10) y Simón (7), los hijos de Sofi y que son mis sobrinos más chiquitos, los acompaño en cada actividad que hacen. A todos les insisto sobre la importancia de la educación… porque, en mi caso, la educación fue todo. Fui pésima alumna [Inés estudió en el Northlands, al igual que Máxima Zorreguieta]: me llevaba catorce materias cada año. Pero la educación formó mi carácter; me enseñó a ser tenaz. Con Nacho y Totó, me divierto como loca: ellos se ríen de mí porque soy team siesta –en época de cosecha, me levanto muy temprano y duermo en un cuarto que armé en la oficina–, pero también me ayudan a desdramatizar: hoy delego mucho y, en situaciones complejas, como por ejemplo, cuando el año pasado, tuvimos tres contenedores varados en Galveston, Texas, que iban para la NBA y para el Superbowl, fueron ellos quienes lo resolvieron. Parecían un disparate sus propuestas, pero el disparate funcionó. Con ellos mantengo la frescura, algo que me da pánico perder.
–Tus sobrinos tienen hoy casi la misma edad que vos tenías cuando comenzaste a conquistar a los royals o a celebridades –desde Uma Thurman y Ethan Hawke, Laurence Fishbourne, o artistas de rock como Lou Reed– hasta el Dalai Lama. ¿Son cholulos los Berton: se emocionan con Chris Martin, de Coldplay, o con Ed Sheeran?
–Cuando me dijeron que Coldplay nos había convocado, todos salimos corriendo [Se ríe]. Lo mismo nos pasó con Ed Sheeran: a mis sobrinos les encanta. Inspirándonos en su pelo rojo, le diseñamos una versión del earl grey: con una base de rooibos –una raíz sudafricana– perfumada con clementinas y bergamotas. Él notó que estábamos con “cara de por favor” y nos dijo: “Quiero una selfie con ustedes. ¡Y sacó la foto él!”. Fue un lindo momento. Que nos comisionen para crear para músicos, los reyes de España o para marcas como Chanel, Burberry o Porsche nos llena de orgullo. Personalmente, uno de los trabajos que más me conmovió fue cuando me pidieron que diseñara tés para Ernesto Sabato [le diseñó un té chai con vainas de cardamomo, pimienta, jengibre y ramas de canela], José Saramago y Carlos Fuentes para el III Congreso de la Lengua, en 2004, en Rosario. Pero me parece igualmente de alucinante que alguien venga a nuestros locales y diga: “Mi suegra no me banca, ¿me hacen un té para conquistarla?”.
–Desde hace veintitrés años, pasás gran parte del año en Sri Lanka, Himalaya, India, Bután, Birmania, Japón, Estados Unidos… ¿Te cansa ese ritmo?
–Los diez primeros años de Tealosophy fueron muy divertidos. Pero, en un momento, dejé de disfrutar. Me di cuenta de que estaba haciendo todo lo que no quería hacer: estar en una oficina mirando planillas con un contador al lado. Me animé a pausar y a cuestionarme. En ese momento, me puse a hacer arquería: aprender a usar el arco y la flecha no sólo te ayuda a ejercitar el movimiento, sino que te enseña, por ejemplo, a soltar, a dejar ir. Es un aprendizaje zen, pero yo soy un poco así: de a ratos, estoy en calma, en “estado esponja” y abierta a la inspiración; y, al rato siguiente, soy un camión que va de frente. Me gusta estar con las botas puestas en una cosecha de altura y, después, servir mi té en los hoteles y restaurantes del país y del mundo. En esa fusión entre Oriente y Occidente que conocí al descubrir el mundo del té, estoy yo. En ese blend está mi latido.
Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola @joaquinamakeupartist Agradecemos a @carabioprive, @bamboocarabio, @paulamartini y @bluesheep
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